El final de verano
Comprendo perfectamente a la gente como mi marido, que necesita pasar un poco de frío de vez en cuando para ser feliz. Pero no lo comparto en absoluto. A mí me encanta el verano. Quizá porque nací en enero, yo soy de verano. El sol fuerte, el calor, la piscina, la playa. Las sandalias. Todo el mundo morenito, así de guapo. Las cervezas en la calle, el dolce non far niente. Adoro el verano, me carga las pilas, me hace sentir viva. No puedo vivir sin él. Cuando los telediarios de septiembre hablan de síndrome postvacacional los ojos se me inundan de lágrimas. Sé lo que estás pasando, amigo. La mera perspectiva de los días haciéndose cada vez más cortos y fríos –en Polonia ni te cuento-, el largo horizonte de rutinas de trabajos y escuelas. Pensar que me quedan once meses hasta que vuelva a llenarme los ojos con esta luz sobre el Mediterráneo. Cuando era una niña ya me sentía así. Volviendo a casa después de unas maravillosas vacaciones íbamos todos en el …