Hace unas semanas fui a Miami a visitar a los buenísimos amigos que dejamos después de cuatro años viviendo allí. Al traspasar la puerta de salida del avión y entrar al aeropuerto, percibí inmediatamente una bocanada de un olor tan inconfundible que sólo podría ser descrito como el olor del aeropuerto de Miami cuando llegas después de mucho tiempo. Algo así como un golpe de vapor dulzón con intenso aroma a moqueta humedecida.
Lo fundamental del caso es que, en ese exacto momento en que el pegajoso olor llegó a mi pituitaria, encendió de algún modo áreas dormidas en el cerebro y me produjo una curiosa sensación: me sentí en casa. Este es para mí el olor de me siento en casa.
Mi casa huele mejor, no tengo moquetas y soy bastante aficionada a la limpieza. Pero de alguna forma, mis felices años en Miami vuelven súbitamente con ese olor, y la emoción que me produce me hace saltar la lagrimilla cada vez que vuelvo. Seguro que sabéis de lo que hablo; esos olores que te transportan en un segundo a los rincones más recónditos de nuestra existencia. Me pasa en el aeropuerto de Miami, y me lleva 21 años pasando en el de Santiago de Compostela.
Pues la misma sensación me sucede cuando veo las maravillosas hojas de mi planta favorita, la Monstera deliciosa o costilla de Adán. Me fascinaba de mucho antes de vivir en Miami, pero ahora la tengo tan asociada al calorazo húmedo de Florida que cuando la veo me da un ataque caribeño y me pongo de buen humor.
Así que, era de esperar, la Monstera tenía que llegar a mis galletas. De forma muy sencilla: con un fondo blanco para que las hojas se vean bien. Lo único que hice fue dibujar la hoja a lápiz sobre la galleta, para lo cual tuve que practicar unas cuantas veces sobre papel. Este fue mi método:
Luego rellené el dibujo con icing en dos tonos de verde, de la forma que podéis ver en este timelapse:
Sé que un detalle anaranjado o dorado podría haber aportado mucho al equilibrio estético de la galleta; tal vez algo en morado o frambuesa. Pero son mis hojas, mis recuerdos, y no necesitan ningún adorno más. Me gustan las hojas de la Monstera y ya.
Así es el ser humano. Tan complejo, tan difícil, tan contradictorio. Que de repente llega un olor a moqueta mojada y nos alegra la existencia.
Para los que os hayáis enamorado del maravilloso papel de flamencos, he de decir que… ¡yo también! Es de Paper Concept, posiblemente mi tienda favorita en Varsovia. ¡¡Un auténtico vicio!!