Una de las cosas más odiosas de este cambio de estación es sacar del trastero esas pesadas cajotas llenas de ropa y clasificar lo que sigue valiendo y lo que no para el curso que empieza. En la mayor parte de los casos, además hay que andar persiguiendo niños, que no soportan probarse ropa y huyen de las madres a la carrera. Sí, he dicho madres. Porque padres los hay que cocinan, que hacen la compra y hasta que planchan. Pero la limpieza de los cristales y las cajas con ropa de invierno parece que son un privilegio reservado exclusivamente para las mamás; qué vamos a hacerle.
Para compensar un poco esta tarea, el paso de estación nos trae algo maravilloso a las galleteras: cambiar absolutamente la paleta de colores y empezar a jugar con la inspiración que la nueva estación nos regala. Dejar atrás los soleados cactus y entrar de lleno en los colores y sabores del otoño. Algunos están tan ansiosos con el cambio que ya están decorando galletas navideñas. No es mi caso; yo disfruto saboreando cada momento del año, y primero vendrá el otoño, luego Halloween y mucho tiene que llover antes de que Santa Claus asome la cabeza por aquí.
Mis galletas de otoño –del otoño de Varsovia, que recién empieza hoy- tienen el color de los árboles y olor a tierra mojada. Setas, hojas, bellotas y ardillas; el otoño llega al bosque.
Y para los que andáis como yo, persiguiendo a la pequeña con las katiuskas en la mano, os invito a pasar por aquí durante los próximos días para aprender a hacer juntos estas galletas otoñales.
Porque entre caja y caja, una galletita nos endulzará la llegada del frío. A ver qué nos depara este otoño.
Te han quedado preciosas, como siempre!.
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¡Muchísimas gracias! Un abrazo
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