Ya he contado en alguna ocasión que en mi casa somos mogollón de hermanos. El caso es que en cierto punto fuimos cuatro; 2 niñas y 2 niños. Mi madre estaba embarazada y, como sucedía en el año 1980, el ultrasonido era cosa del futuro y no teníamos ni idea de hacia qué lado iba a caer el desempate.
Una tarde de verano mis padres decidieron participar en una carrera de natación de matrimonios, obviando el pequeño detalle de que mi madre estaba en ese momento embarazada de 39 semanas y 6 días (para los menos enterados: un embarazo normal dura 40 semanas). Tras ganar la carrera -pero qué pensabais- mi madre debió sentir cierta indisposición; el caso es que a las dos horas mi abuelo llegó con la noticia de que teníamos una nueva hermana.
Nosotros llevábamos toda la tarde haciendo coros; mis hermanos jaleaban ¡niño, niño!; mi hermana y yo nos desgañitábamos ¡niña, niña!. Así que la llegada de mi nueva hermana nos dio una grandísima victoria sobre el otro equipo, que aún saboreamos con gusto mi hermana L. y yo (victoria efímera, por otro lado, porque tres años después otros dos chicos acabarían por desequilibrar la balanza para siempre).
En fin; el caso es que esta encantadora historia se ha convertido en una rareza hoy en día. La medicina y los avances tecnológicos hacen que podamos saber si nuestro bebé será niño o niña, lo que mide, lo que pesa, cómo funcionan su corazón o sus riñones. El tema ha perdido algo de encanto, no vamos a negarlo, aunque en términos de salud haya supuesto una buena noticia.
Así las cosas, sólo quedan unos pequeños resquicios de misterio que vale la pena conservar; esas primeras semanas de incertidumbre total y, sobre todo, el delicioso momento en el que nosotros sabemos pero los demás no. Aaaah, qué placer dar la noticia a los futuros abuelos y tíos.
Los americanos, con la escopeta cargada siempre que se trate de marketing y merchandising han creado dos celebraciones que son rabiosa tendencia. La primera y ya más clásica es el baby shower; una verdadera lluvia de regalos sobre el bebé que hace las delicias de las madres -a mí me encanto, para qué negarlo-. Y la segunda, mucho más nueva, es la gender reveal party; en la que son los papás los que agasajan a sus invitados para decirles si habrá que invertir en azul o en rosa.
Y con este motivo, contribuir al momentazo del gender reveal, hice estas galletitas para Stephany, una futura mamá guapísima, además una de las maestras favoritas de mi hija.
Utilicé un cortador Wilton típico de bebés, el de la camisetita, y adquirí uno nuevo con forma de nube de Cheap Cookie Cutters. El diseño de la nube no es mío, sino que lo tomé prestado de la fantástica Sweetopia, una de las galleteras en el Top Five mundial.
Decoré con icing blanco roto utilizando la técnica habitual de borde y relleno con borde invisible. Lo dejé secar por completo, y luego tracé por encima los bordes rosas y las letras con un icing muy espeso y una boquilla del número #1.
Luego rocié las galletas con mi último vicio, el spray Color Mist perla. Un poco por darle ese fantástico brillo y un poco por disimular que el blanco no había quedado perfecto.
Me gustó mucho lo que hizo el spray con el icing color negro: convertirlo en un brillante gris metálico que pienso explorar en otra ocasión.
Y por último pinté las caritas de las nubes en color negro, sonrientes y felices como corresponde a la llegada de una niña. Con todo el cariño, para desear a Stephany todas las alegrías que su hija muy pronto le regalará.
Así que creo que finalmente logré unas galletas ricas y alegres para cualquier fiesta de bebita.
Aunque -he de reconocerlo- ni de lejos salieron tan dulces y bonitas como llegó, aquél día de verano, mi pequeña y querida hermana María.
«Gender Reveal Party»… qué cracks.
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